sábado, 4 de abril de 2009

Primeras menciones de los túneles

La sospecha de que bajo la Esfinge exista algún tipo de túnel que la pueda vincular con la Gran Pirámide o con una supuesta biblioteca milenaria que pudiera estar bajo el león, es tan antigua como el propio monumento. Ya en el siglo X de nuestra Era, los cronistas árabes mencionaban la existencia de puertas secretas que daban acceso a interminables galerías que a su vez llevaban a grandes cámaras llenas de tesoros.

Con ocasión de una conferencia pública, el Dr. John Kinnaman (l877-1961), arqueólogo bíblico de renombrada fama durante la primera mitad de nuestro siglo, afirmó que, habiendo ido a excavar a la meseta de Gizeh en 1924 junto con el prestigioso egiptólogo Sir Flinders Petrie, célebre por sus estudios sobre dicha meseta, ambos investigadores descubrieron de forma casual un túnel al sur de la Gran Pirámide.

Según Kinnaman, quien durante su exposición narró una historia al estilo de las célebres novelas de Lobsang Rampa, existía un corredor descendente que, sumergiéndose a gran profundidad, llegaba hasta una sala que albergaba un gran número de máquinas de extraño funcionamiento y, por supuesto, de origen desconocido.

También mencionó la existencia de miles de prismas de cristal cuya función ignoraba, y una máquina antigravedad, entre otras muchas cosas que "usted no se creería", según las palabras textuales que Kinnaman pronunció en la mencionada conferencia. Curiosa o sospechosamente, el arqueólogo no recordaba la ubicación exacta de este túnel tan singular, por lo que no ha vuelto a ser encontrado jamás. Pero sin duda alguna, el episodio más simpático de la época moderna fue el vivido por el príncipe Faruk, el hijo del rey Fuad de Egipto, quien en 1945, emulando la gesta de su heroico antepasado Tutmosis IV no tuvo otra ocurrencia que ir de noche en su jeep a visitar la Esfinge

"para tocar algo y empujar una enorme losa abierta, que hacía de puerta", según nos cuenta el propio Faruk. La narración del rey no tiene nada que envidiar a la anterior, pues tras aquella puerta encontró, en palabras textuales, "una gran habitación guardada por un autómata".

Desgraciadamente, Faruk no dice que‚ era aquello tan importante que merecía ser guardado por un autómata, y al igual que sucedió con Kinnaman, tampoco recordó el lugar exacto donde estaba dicha puerta.

Sin embargo, haciendo bueno el refrán "cuando el río suena agula lleva", todas estas historias aunque narradas, que duda cabe, de una forma extravagante por sus protagonistas, no hacen más que respaldar los estudios que se han realizado sobre el monumento en el que se han apreciado varias concavidades en diferentes partes de la estatua.

De esta manera, se ha podido descubrir que, para asombro de muchos y espanto de otros, tanto la meseta de Gizeh como la propia Esfinge son un auténtico queso de agujeros.

Tengamos muy en cuenta que con los estudios realizados sobre la configuración geológica de la planicie, por encima de la cual se asientan las tres pirámides más importantes de Egipto, se ha llegado a la conclusión de que hace miles de años el agua debió correr a su gusto bajo la meseta, por lo que los egipcios pudieron haber utilizado estos túneles creados de forma natural, para comunicar subterráneamente unos monumentos con otros.

Un descubrimiento asombroso

En el año 1979, el estado de conservación de la Esfinge de Gizeh iba de mal en peor se necesitaba realizar con urgencia una campaña de salvación del monumento para que, literalmente, el león no perdiera la cabeza. Una precaria restauración realizada por los egipcios, y en la que no tuvieron otra ocurrencia que usar cemento para reconstruir la Esfinge, empeoró en pocos años el estado de la cabeza de la estatua.

Para salvar a la Esfinge, un grupo egipcio-americano de arqueólogos diseñó el llamado Sphinx Project. Durante los años 1979 y 1983 el Proyecto de la Esfinge, evaluó los daños sufridos sobre el león y esbozó una especie de invernadero que algún día, esperemos que pronto, cubrirá la estatua en su totalidad, alejándola de los peligros de la contaminación de la zona.

Tras las primeras campañas de la misión egipcio-americana, un viejo obrero fellah llamado Mohamed Abd al-Mawgud Fayed, que había trabajado cuando era niño en el último desenterramiento de la Esfinge en 1926 llevado a cabo por el ingeniero francés Emile Barazi, comunicó a los directores del equipo de restauración la existencia de una pequeña abertura junto a la cola del león, que había sido olvidada hasta hoy.

Según este anciano, el agujero daba acceso al interior del cuerpo de la estatua. Ante tan extraordinario descubrimiento, los miembros del ARCE (American Research Center in EGYPT) encabezados por los egiptólogos Zahi Hawass y Mark Lehner, no dudaron un instante en coger sus lámparas, olvidarse por unos días de la cabeza de la Esfinge e introducirse en su interior.

Lo que descubrieron los arqueólogos no se parecía en nada a las legendarias galerías descritas por los cronistas árabes antiguos y modernos; galerías y pasillos que se introducían en el interior de la tierra hasta profundidades insospechadas, encontrando a su paso toda clase de tesoros maravillosos. Todo lo contrario.

Descubrieron un túnel-pozo formado por dos grutas muy estrechas con poco más de 1 metro de anchura, cuya longitud total no superaba los 9 metros. Uno de los pozos asciende hacia el interior del cuerpo del león siguiendo la curva de sus cuartos traseros, mientras que el otro desciende introduciéndose en vertical en la roca de la meseta de Gizeh.

Ambas grutas forman un ángulo de 90 grados. Las paredes no han sido pulidas, por lo que su aspecto es muy tosco, similar a la traza que ofrecen las bodegas castellanas. Si se hace un seguimiento exhaustivo de las huellas de las herramientas utilizadas para su construcción, éstas parecen indicar que la labor en el labrado del túnel-pozo se realizó de arriba a abajo.

A lo largo del mismo aparecen en la parte superior una especie de peldaños, a modo de agujerillos en la pared, excavados para ayudarse en la ascensión por el túnel. Tras obtener el permiso oportuno me introduje por un angosto hueco. El ambiente era húmedo y fresco comparado con el terrible calor de la superficie. Recientemente han colocado una pequeña escalera metálica que facilita de alguna manera el acceso al interior de la Esfinge. En lo más profundo del pozo se amontonan los desechos, improvisado basurero de los guías locales que "vigilan" el recinto de Gizeh.

La estructura del túnel-pozo se haya dividida en cuatro partes. Según el esquema, la que lleva el número 1 puede ser considerada como la sala más grande de todas. Su altura es de 1,80 metros, pudiendo estar una persona de estatura media de pie, y su anchura de 1 metro.

Uno de los aspectos que más llamaron la atención fue el hallazgo de varios objetos en la cámara que lleva en el dibujo el número 4.

En ella se encontraron dos zapatos viejos, una pequeña chapa metálica y restos de cemento convencional.

Todos estos objetos, probablemente, fueran el fruto de la apertura del túnel en 1926 o quizás en una restauración moderna más antigua.