miércoles, 28 de octubre de 2009

JACK LINTERNA


UNA DE LAS COSAS MAS DIVERTIDAS DE HALLOWEEN

La Víspera de Todos los Santos, la noche de Halloween, es, probablemente, la noche más fantasmal y mágica de todo el año. Muchas fiestas y tradiciones se celebran en torno a las leyendas de espíritus que vagan por camposantos justo en esa noche deambulando en busca de la salvación eterna.
Casi podríamos hablar de una leyenda propia por cada país, incluso por cada región o ciudad o pueblo. Historias que han pasado de boca en boca, de generación en generación, siempre subyugando a los más jóvenes (y a los no tan jóvenes) y sirviendo de excusas para secretas reuniones en que los protagonistas se cuentan los más terroríficos relatos… “No hay nadie más listo que yo, ni que sea capaz de sobrepasarme en inteligencia y astucia”, gritó Jack con su media lengua adormecida por tantas pintas de cerveza. Sus compañeros de mesa, con los que solía reunirse para jugar a las cartas, y ganar según se vanagloriaba, lo miraron con desprecio y sin apenas prestarle atención, siguieron en sus asuntos. Despreciado, Jack alzó aún más la voz, y desafiante, volvió a graznar: “reto al mismo Diablo a que me demuestre si es más inteligente que yo”.
El silencio se apoderó de la taberna. Por un momento, ni la más áspera de las respiraciones de los variopintos bebedores que allí se reunían se escuchó, y todos, sin excepción, lo miraron con terror antes de hundir la mirada en lo más profundo de sus propios vasos.
Jack se levantó con presteza, volcó su silla, apartó de un manotazo la mesa, tirando las cartas, y salió airado del local. Mas en el exterior topó con un caballero que vestido de negro le miraba atentamente oculto bajo un ancho sombrero. Un rápido helor recorrió el cuerpo de Jack, pero altivo como era, no sólo no aminoró el paso sino que se dirigió directamente a él.
“¿Qué quieres?”, le espetó.
Mas no hubo respuesta.
Jack se dio la vuelta y se dirigió a su casa, pero a sus espaldas siempre podía sentir la sombra acechante de aquel enmascarado que le seguía. Una y otra vez se volvía, pero no alcanzaba ya a verlo. Finalmente llegó a su casa donde se refugió. Sin embargo, ya la intranquilidad se había apoderado de él. Una y otra vez se asomaba a la ventana, y ahora sí, siempre, al otro lado, aparecía la siniestra figura de aquel hombre de negro.
Sobreponiéndose, volvió a salir, y una vez más le preguntó, “¿quién eres y qué quieres?”
Una voz profunda y gutural restalló en la oscuridad de aquella siniestra calleja del pueblo. Los cielos parecieron cerrarse aún más, y de lo más profundo de su boca, unas palabras sibilantes pudieron oírse:
“Soy el Diablo y estoy aquí pues hasta mis oídos ha llegado el rumor de que te consideras más inteligente que yo”
Aunque asustado, Jack supo encontrar dentro de sí su caracter máz vivaz y despierto, y echándole el brazo sobre los hombros lo invitó a marchar juntos al bar. Durante horas y horas estuvieron hablando y bebiendo; jugaron a las cartas, y finalmente, cuando el Diablo le comunicó que se lo llevaría al infierno para purgar todos sus pecados de soberbia, Jack lo invitó a una última ronda. Al ir a pagar, se encontró sin dinero, y entre bromas, retó nuevamente al Diablo:
“Demuéstrame tus poderes, si eres capaz. Conviértete en algo pequeño, en una moneda, por ejemplo”
El Demonio, picado en su orgullo, así lo hizo, momento que Jack aprovechó para guardársela en el bolsillo donde previamente había escondido un crucifijo de plata. Viéndose atrapado allí, el Diablo hubo de concederle un deseo. Taimado como ninguno, Jack le pidió no volverle a ver hasta el año siguiente, tiempo durante el cual le dejaría en paz, asegurándose así un año de vida.
Un año más tarde, y sin faltar a su cita, el Diablo volvió a aparecérsele. Esta vez no habría partida de cartas, ni risas, ni borracheras. Simplemente se lo llevaría con él a los infiernos. Pero de nuevo Jack volvió a pedir su último deseo antes de morir. Bien es sabido que los deseos de quienes están a punto de pasar a otra vida, deben concederse, de modo que el Diablo, una vez más, volvió a ceder.
“Quiero una última cena. Llevo tiempo detrás de comerme la manzana que está en la copa de aquel manzano. Es la más jugosa y la mejor cuidada, y me gustaría disfrutar de ella antes de partir”
El Diablo subió, pero nuevamente, Jack, volvió a jugársela tallando en el tronco del árbol una cruz para que no pudiera escapar de él. Desesperado y sintiéndose engañado una vez más, hubo de verse obligado a concederle un deseo a cambio de su libertad. Esta vez no volvería a presentarse hasta diez años más tarde.
Pero quiso el destino que Jack no llegara a cumplir aquellos diez años, y murió mucho antes. Altivo, malvado, orgulloso y soberbio… era imposible que Jack pudiera atravesar las puertas de San Pedro, y así, al llegar a ellas, fue defenestrado a los infiernos.
Pero he aquí que el Pacto seguía aún vigente, y era imposible que el Diablo y él pudieran encontrarse antes de diez años. A las puertas del infierno, a Jack se le proveyó de un nabo hueco y dentro una pequeña vela con la que alumbrar su eterno camino por el mundo existente entre el cielo y los infiernos, entre el bien y el mal.
Aquel espíritu ha sido visto repetidamente en la noche de Halloween, siempre vagando, con una luz en sus manos y como alma en pena. El espíritu de Jack el Linterna ha acompañado siempre a quienes en esa mágica noche se aventuran a pasear por calles oscuras, siempre pendiente de hacer su próximo truco o de cerrar su siguiente trato.
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Ésta no es más que una de las versiones, aderezada, de una de las muchas leyendas que hay en torno a Jack O’Lantern. Hay quien afirma que se lo jugaron a las cartas; hay sociedades que afirman que el propio diablo le cortó la cabeza y la utilizó como linterna, y por eso, esas facciones en las calabazas…
Muchas historias, pero todas con algo en común: Jack, el Diablo, y la noche de Halloween, la víspera de Todos los Santos…